domingo, 21 de febrero de 2010

ACTO I - Parte 1

Ana está pálida. Su rostro muestra una cara de auténtico terror.
Está en shock, temblando.
Se encuentra desnuda y de rodillas en una habitación grisácea y
mal iluminada, cubierta de cuatro cadáveres y sangre. Su propio
cuerpo está manchado.
Una lágrima sale de su ojo y surca claramente su mejilla,
resbalando por su cara hasta pender de su barbilla. Cuando cae
se mezcla lentamente con un charco de sangre, fundiéndose con
él pero permaneciendo arriba, como el agua con el aceite.
De repente, da una bocanada de aire.
Ya no está sola ni desnuda. Ya no hay sangre. Hay cinco tipos
alrededor de ella, el de enfrente está armado y le apunta con una
pistola a su cabeza.

Hombre armado (con acento ruso). – La sangre se paga con
sangre, puta.

Ana rompe a llorar y agacha su cabeza. Murmura algo inaudible
mientras agarra la cruz que cuelga de su cuello.

Hombre armado (con acento ruso). – ¿Estás rezando por tu
vida?

Ella le mira con cara de súplica.

Ana. – No, estoy rezando por la vuestra.

El hombre armado se extraña.
Ana da otra bocanada de aire. Vuelve a estar en aquella
habitación.
Se levanta despacio tapando sus pechos y su vagina. Sigue
temblando. El pelo mojado se pega a su rostro. Comienza a
caminar. Sus pasos son cortos e indecisos. Sale de la habitación
pisando sobre una derribada puerta de metal donde hay varios
zarpazos gigantes incrustados. Está en un almacén. Todo está
oscuro y la luna llena se ve claramente por las rectangulares y
pequeñas ventanas que hay cerca del techo.
Ana mira a la luna, casi hipnotizada. Después echa otro vistazo a
la habitación que acaba de abandonar.
Vuelve a llorar. Mira en derredor mientras su mente comienza a
lamentarse. Ve una especie de bata blanca junto a unas gafas
protectoras. Coge la ropa, se la pone y camina hacia la salida.
Sale a un callejón. Es de noche. Hace frío y se cruza de brazos
escondiendo sus manos. Se encamina hacia una avenida, mira de
un lado a otro. Indecisa, coge hacia la derecha y se mezcla con la
poca gente que pasea, volviéndose hacia atrás una y otra vez
para cerciorándose de que nadie la sigue.

Ω

Jack Kennedy entra en la casa sorteando a varios policías
agachados que están recogiendo pruebas. Echa un vistazo
general y ya sabe que va a ser un coñazo.

Jack. – Vale, Doc. Quiero terminar rápido. ¿Qué tenemos
por aquí?
Doc (seco). – Muertos.
Jack. – Eso ya lo veo. Pero dame algo con lo que pueda
pensar mientras salgo de aquí y me tomo un café.

El doctor resopla.

Doc. – El padre fue incrustado en la pared (señala hacia ella.
Hay una silueta blanca dibujada en un tremendo boquete).
Murió al impacto. La niña de seis años tiene el cuello roto.
No hay síntomas de forcejeo ni lucha en ninguno. La
esposa, por el contrario…

Caminan hasta el comedor. Encima de una mesa de madera
rectangular hay tendido el cuerpo de una mujer. Su camisa está
desabrochada y su pecho al aire. Tiene moratones por todos
lados, pero Jack sólo puede fijarse en la forma que tiene el
agujero de su corazón: una perfecta letra Omega. Sin
imperfecciones. Como realizada por un molde.
Jack introduce los dedos índice y corazón en la marca. Es honda,
casi podría meterlos por completo.
Se marea y se aparta del cadáver. Tropieza con dos policías que
pasaban por atrás y éstos se ríen de él.

Policía cualquiera. – Está ya mayor para esto, teniente.

Jack le mira pero no le dice nada, sólo tapa su boca con un
pañuelo. Se asoma de nuevo al cuerpo de la esposa.

Jack. – ¿Cómo cojones hace esto?
Doc. – Ojalá lo supiera. Es casi una obra de arte.
Jack se vuelve hacia él como un resorte. Aún no cree lo que acaba
de oír.
Doc. – No me juzgues. Cada uno tiene sus gustos. A usted le
encanta fornicar con una mujer distinta cada noche y a mí
contemplar un buen asesinato.
Jack. – Quizás si tú también follases cada noche no te
gustaría tanto mirar a los muertos.
Doc (mirando al cadáver). – Me gusta mi trabajo. Eso es
todo.
Jack. – Puede ser. Pero me asusta que te guste demasiado.
Doc le mira, ofendido.
Jack. – Bueno, básicamente éste es como los otros. Un
muerto con la marca de la herradura y los demás
asesinados de forma brutal. Como si hubiesen estado en el
lugar equivocado y en el momento equivocado. Dime, Doc,
¿no hay esta vez algo más? ¿Algo que me pueda servir para
coger a ese cabrón? ¿Una pista?

El Doctor Wells se quita sus gafas y le mira seriamente.

Doc (sarcástico). – ¿Qué quiere teniente Kennedy? ¿Una
nota invitándole a su próximo asesinato?
Jack. – La mayoría de los asesinos en serie tienen un perfil.
Buscan una clase de víctimas. Las que este sujeto ha
matado no tienen nada en común entre ellas. Cada una es
de una parte del país. Cada una con su familia, trabajo y
amigos. Ninguna conexión.
Doc. – Siempre hay alguna conexión, teniente.

Se escuchan gritos desde la cocina. Abriéndose paso rápidamente
entre fotógrafos y policías, un cámara de televisión y una
reportera entran en el comedor y graban a la víctima. Jack se
acerca a ellos y tapa el objetivo mientras la periodista le clava un
micrófono en su boca y comienza a hacerle preguntas. Él la
ignora.

Jack (a los policías de la casa). – Tíos, ¿cómo cojones ha
llegado la tele hasta aquí? ¿Es que nadie vigila estas cosas o
qué?

Varios policías se disculpan mientras se llevan a los intrusos. Jack
se gira hacia el Doctor Wells.

Jack. – Doc, avíseme si descubre algo en las autopsias.
Doc (sin dejar de mirar al cadáver). – Por supuesto,
teniente. Quizás incluso encuentre esa ansiada invitación
que tanto busca.

Jack pone cara de no entenderle, pero no pregunta y se va.
Sale de la casa, hace un día muy soleado. Camina por el sendero
de piedra que conduce desde la puerta principal hasta la calzada
y se enciende un cigarrillo. Le da una calada, lo tira sin apagarlo y
saca de su gabardina unas pastillas de nicotina. Se toma tres.
Un policía con gorra y chaleco pasa en frente de él. Jack le pone
la mano en el pecho y lo detiene.

Jack. - ¿Cómo te llamas?
Policía (nervioso). – Michaels... Larry Michaels, señor.
Jack. – Está bien, Michaels Larry Michaels. Vas a coger
declaración de todos los vecinos y hacerme un informe con
ellas.
Michaels. - ¿No es ése su trabajo, señor?
Jack. – Y ahora te lo estoy dando a ti. Así que no me
decepciones, muchacho.
Jack le da un empujón y se quita al policía de en medio. Suspira y
niega con la cabeza, preocupado. Después, se agacha y recoge el
cigarro.
Jack (hablándose a sí mismo). – Lo siento, Jack. Es un mal
día para dejar de fumar.


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